lunes, 11 de mayo de 2015

Alocución realizada por el compañero Samuel Hernández Dominicis a propósito del acto acometido por los integrantes de El Ciervo Encantado




por Samuel H. Dominicis

Compañeros y compañeras:

Aunque me gusta sobremanera el teatro, porque a mi entender integra excepcionalmente las artes, no soy un hombre de la escena. De ahí que cualquier posible acercamiento que intente producir sobre esta manifestación, será desde mi formación en los procesos de la visualidad y no desde mi vocación. Afortunadamente Nelda Castillo, directora del grupo El Ciervo Encantado, esta vez me la ha puesto fácil. Su más reciente espectáculo, Triunfadela, está defi nido desde el cartel que lo anuncia como un “performance en escena”. En otras palabras, su último trabajo está dentro de mi campo de acción y puedo darme gusto en su abordaje sin que me acusen de intrusismo profesional.

Desde que vi la gráfica que anunciaba el estreno, un dibujo a líneas de Arístides, asocié la puesta con la capacidad de los cubanos de enfrentar las múltiples adversidades de la vida diaria de la manera más creativa posible. Ese don de asumir la cotidianidad siendo músico, poeta y loco, sin morir en el intento ni perder cierto humor negro que revolotea en torno a este desafío. La triunfante habilidad de "resolver", como diría el cubano más rellollo. Así, sin saber a lo que me enfrentaba y para referirme a lo que vería medio en broma, decía “Triunfadera”.

Hasta este punto, muchos podrán achacarme que hablo de una puesta diferente; que asistí sin dudas a una función especial donde el performance tomó otro giro. A carcajadas dirán que la crítica, como suele suceder con el cine, relata lo que nunca aconteció en la obra. Pero las imágenes en el teatro de Nelda Castillo no son gratuitas, y esta mujer de múltiples brazos, como las antiguas deidades orientales, no fue seleccionada en vano. Así que no se desespere amigo lector, que en apenas unos párrafos conectaré esta primera impresión con los múltiples sentidos que la performance propone de la manera más orgánica posible. Así que, téngalo presente.

Pero regresemos al principio: Triunfadela. Desde el nombre asistimos ya a una amalgama de múltiples significados. El título proviene de la unión de las palabras triunfo y citadella, por lo que en la lectura más trivial y primaria estaríamos adentrándonos en los predios de la ciudad del triunfo. Acá, seguidores del trabajo de El Ciervo, hay que manejar sentido y contrasentido. Pero citadella también alude al espacio fortificado, una analogía entre la isla y el discurso político que esta ha propuesto por más de medio siglo.

Y es precisamente sobre los efectos de la exposición prolongada al discurso político, desde una perspectiva antropológica, que indaga esta performance. Una relectura del presente desde el análisis de las huellas de las consignas y las vallas, de los vestigios de los lemas y las marchas triunfantes. Una mirada a aquellos cubanos que durante tanto tiempo han sido objeto y sujeto de rimbombantes metarrelatos épicos y heroicos; de reveses de toda índole convertidos en victorias políticas y morales.

Son pasadas las 8:00 y ya hay público en la puerta del teatro a la espera. Los visitantes conversan, miran sus celulares, leen el programa. Sin notarlo, ha comenzado la propuesta. Frente a ellos, las paredes de un edificio en ruinas que ocupa la manzana conformada por las calles Línea y 11, 18 y 20. El inmueble, para quienes conocen su historia, ha quedado como monumento a lo que ya no está, recordándonos las carencias de los artículos que allí alguna vez se produjeron. Terminal de tranvías, fábrica de carrocerías de ómnibus Claudio Argüelles Camejo, fábrica de bicicletas Pipian, han sido algunos de sus usos. Ahora forma parte de la performance que en apenas unos minutos va a comenzar, pero aun no es consciente el espectador.

(Aplausos)

Una vez en la sala, la imagen del edifi cio descrito anteriormente aparece en una pantalla. Es el preludio de la primera obra: Taller Claudio A. Camejo Línea y 18, de Nicolás Guillén Landrián. Con apenas 15 minutos, el cortometraje registra parte del proceso asambleario del centro para seleccionar al secretario de la sección sindical. Las imágenes de esta reunión se contrastan con las de la línea de montaje del ómnibus Girón, donde se explica cómo se adapta el chasis de un camión a las necesidades de este transporte ya que no se fabrican en Cuba estas piezas. Aquí vemos a sujetos anónimos, trabajadores comunes que quizás aun vivan en las inmediaciones del centro, replicando en su espacio laboral cotidiano las estrategias discursivas de los líderes históricos de la Revolución en alocuciones multitudinarias. El material fue sumamente polémico en su época e incluso censurada su exhibición.

En la actualidad, el metraje no solo se resemantiza con el cambio de las condiciones socio económicas del país y la pérdida de sentido de muchos de los discursos que en este se ilustran. El hecho de preservarse aún el espacio fabril en desuso, así como la actual crisis del transporte público contribuyen a encontrar nuevas lecturas en el mismo. Para los más jóvenes, tiene además un valor documental incalculable. Siempre he valorado como difícil la tarea de mis padres cuando los interrogo, en su carácter de protagonistas, sobre situaciones que hoy parecen simplemente surreales, o más bien salidas de lo "real horroroso".

Aunque no quiero detenerme en el análisis exhaustivo de este material, porque ese sería otro texto y su espíritu se conecta a la perfección con la segunda propuesta del performance, me gustaría señalar algunos detonantes de sentido fundamentales en el mismo. Manejados sobre todo desde la reiteración, aparecen una imagen de Lenin en el mural, el omnipresente altoparlante, las marchas entre la banda sonora, las consignas que definen bandos (Esta es nuestra trinchera ¿Cuál es la tuya?; Los que no tengan valor de sacrificarse, han de tener el pudor ante los que se sacrifican.) y sobre todo dos preguntas: ¿Está usted dispuesto a ser analizado por esta asamblea?; ¿Usted está de acuerdo? Así mismo vale recordar una intervención más, pues así como los líderes históricos crearon las definiciones que guían aun hoy el proceso, los hombres comunes también reproducen estos patrones y conforman las suyas propias. Se registra aquí el eco de la exposición a las cápsulas doctrinales que quedan tras grandes discursos, repetidos como fórmulas inalterables, devuelto como producto aparentemente propio:

Si yo tuviera que darle un consejo a un dirigente sindical le diría no te creas que te lo sabes todo, cualquiera te da una idea mejor que la tuya. Pero cuando estés convencido de algo discútelo hasta que te convenzas de lo contrario. Un dirigente tiene que ser revolucionario, no le basta con ser buena gente y consolar a todo el mundo. Y debe dar siempre una respuesta.

(Ovaciones)

Termina la proyección y entra en escena un segundo personaje. La solución visual evoca una pieza de Antonia Eiriz de la década del 60: El vendedor de periódicos. Se desplaza por el espacio escénico un personaje popular relegado en cuanto a su función social y a sus ingresos. Este, desde su anonimato cotidiano y como los participantes de la asamblea de la fábrica, es víctima/resultado de la digestión de los códigos discursivos de una ínsula verde olivo. Colocado ante un podio que viaja consigo, como parte integrada a su cuerpo, comienza a recitar un trabalenguas ininteligible de odas, apologías, cantos, glorias y alabanzas. Entre ellos, sonidos onomatopéyicos de la victoria, si acaso esto fuera posible, cantada en la clave cubana.

Al terminar este monólogo, el personaje aborda al público convocándolo a hacer uso de la palabra. Este ejercicio está condicionado a la lectura de una intervención preparada de antemano. Por ello, ocupar el papel de orador, alzándose ante la mayoría en un pequeño espacio temporal de poder, es parte de una puesta en escena donde se repite en otras bocas el gran discurso, la consigna triunfante que silencia la individualidad y las palabras propias. Lo más alarmante de estas intervenciones, hilarantes en ocasiones por lo absurdo de su significado, quizás sea que revelan construcciones gramaticales y de sentido repetidas una y otra vez en espacios cotidianos de socialización.

Y esta repetición aparece no solo en el uso de la palabra, si no también en aquellos carteles que invaden los espacios públicos y estatales a propósito de cualquier fecha o hecho histórico. Pancartas que aparecen para mostrar nuestro compromiso, nuestra integración, para erradicar dudas y para cumplir con la emulación, la indicación o la circular. También, y aquí conecto el párrafo de la habilidad de sortear cualquier adversidad, para guardar las apariencias y no llamar la atención, el no marcarse. Revelando entonces cuán profundo han calado estos discursos en nuestra psiquis, cuanta paranoia asociada a la presencia o no de estos mensajes. Aquel deseo de La China de estar protegida por todos lados con su indio y su cartel de la Revolución pujante.

Al finalizar, el público ha sido zarandeado hacia la reflexión y el autoestudio de su devenir dentro del metarrelato tropical. Ha estado en una posición difícil donde se ríe de sí mismo, se percata de que es víctima de la reproducción de códigos épicos de un proceso que fabula su día a día de forma grandilocuente y termina aplaudiendo y ovacionando la performance que lo ha diseccionado de forma tan profunda. Fiel a su formación, ha sido objeto de la crítica y de la autocrítica, como siempre se le ha pedido; solo que esta vez ha accedido de forma voluntaria ha ser analizado, como los compañeros de aquella asamblea. Más complejo aún, como acto de esparcimiento…

Quizás nos queden todavía algunos años siendo esos compañeros y compañeras, como revela la performance. Vivimos de manera apasionada y llevamos la ideología en nuestros poros. Aún deambulan aquellos sujetos que fueron y se creyeron los grandes líderes del micro espacio y hoy ya no son nada. Me gustaría pensar que antes de que nazcan mis hijos seremos ciudadanos y ciudadanas, y todo este texto será simplemente, como muchas otras, una historia difícil de contar.

Muchas gracias

(Aplausos y ovaciones)

Tomado de El Comején, Boletín Digital de Crítica de Espectáculos, Marzo-Abril de 2015

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